En el diccionario de la RAE, se define muerte como la "cesación o término de la vida". Incluyendo la palabra "vida" en la definición nos hace comprender que son dos polos de una misma línea, y que no existe una sin la otra. Nacer y morir, forma parte del ciclo; pero… ¿la muerte por qué tiene que ser dolor?

En nuestra cultura nos han enseñado que morir es “perder”: “pierdes a un ser querido, te vas y no vuelves…” y frases así nos vienen a la cabeza al pensar en la muerte. Sin embargo, si la entendemos como un tránsito, un cambio de estado, algo que ha de suceder para completar un ciclo y empezar otro. Sin más amarres que las propias vivencias, sin más apegos que al de uno mismo. No debería ser algo traumático. De pequeños observamos que cuando alguien muere, todos lloran, sufren, se duelen… y lo incorporamos a nuestro entendimiento de la vida: pensamos, pues, que la muerte es algo negativo, después lo creemos y por último,  experimentamos con cada “pérdida” ese dolor almacenado porque es lo que hemos aprendido.

Pero qué ocurriría si en lugar de ver a nuestros mayores llorar por la marcha de un ser querido, los hubiésemos visto y sentido, satisfechos y felices por haber estado al lado de esa persona, por haber podido compartir y aprender con ella y de todos los momentos vividos (los buenos y los no-tan-buenos). ¿Nuestro concepto de la muerte sería distinto?

Reiki nos ayuda a ver la muerte como lo que realmente es, el fin de una etapa y el principio de otra. Nos ayuda a comprender (tanto al que se queda como al que se va) que está dentro del proceso y que no es bueno ni malo, simplemente es. Nos ayuda a aceptar, a dejar los miedos, a valorarnos por lo que somos y no por lo que tenemos. Poseemos infinidad de valores inmateriales que nos ayudan a ver y a disfrutar de la vida y la muerte como lo que de verdad son… momentos. Nos conecta con nuestra esencia y nos lleva a entender la magnificencia de cada uno de esos momentos.